Es una figura clave de la cultura popular. Dramaturgo, actor, escribió cerca de 40 tangos. Sus inicios, la intensa relación con Tania, los últimos años de Mordisquito, redondean una vida que se parece mucho a sus letras.
IRENE AMUCHASTEGUI
Le puso letra a un modo de ser
Nací el 27 de marzo de 1901... Como ven, camino por la vida un paso atrás del siglo. Yo bien quisiera ir un paso adelante, pero le tengo miedo al papel de precursor". Un ingenio amargo recorre los apuntes autobiográficos de Enrique Santos Discépolo. Igual que sus piezas editadas como "tango cómico", escasas en relación con las decididamente trágicas que lo sacralizaron y lo proyectaron a nuestra época como el poeta de la desesperación. Quién diría hoy que el desgarrado autor de Uno y Yira, yira, alguna vez, como monologuista en radio, estuvo auspiciado por sonrisa Kolynos...
Huérfano a los nueve años, creció bajo la influencia decisiva y la autoridad de su hermano mayor Armando. A los 16 ya era actor -comenzó en El chueco Pintos, escrita por Armando en colaboración-, y a los 17 autor teatral -la compañía Vittone-Pomar estrenó en el Nacional El duende, que firmaba Enrique junto con Mario Folco-. Para el teatro compuso su primer tango, Bizcochito, que el experimentado músico Salvador Merico procuró mejorar para un debut por demás intrascendente. Al estreno de su segundo tango, Qué vachaché (1926), se le debe una anécdota tragicómicamente discepoliana, y decididamente fantasiosa, transcripta por su historiador Norberto Galasso: "Sale la hermana del apuntador convertida por azar en cancionista... El pianista, un honrado padre de familia a quien internaron semanas después en un manicomio... A su lado, el violinista rascaba el instrumento con un optimismo y una cara de pambazo irritante. Sonreía a todo. Era feliz. Era feliz porque desafinaba... El flautista era asmático y la flauta rencorosa. Había no sé qué resentimientos personales entre ellos...". A este relato le cae bien la sentencia del propio Discépolo "Nos burlamos a gritos de nuestro fracaso para evitar que se burlen los demás", porque Qué vachaché fue, efectivamente, un estreno sin suerte. En cambio el siguiente, Esta noche me emborracho en la voz de Azucena Maizani, resultó un éxito inmediato que en poco tiempo grabaron solistas como Carlos Gardel, Ignacio Corsini, la orquesta de Osvaldo Fresedo con el cantor Ernesto Famá y la Orquesta Típica Víctor en versión instrumental, entre otros. Esta noche me emborracho redimió a Qué vachaché y generó una expectativa que el poeta no defraudaría en sus siguientes obras.
Desde esa época acarreó el hiperbólico título de "filósofo del tango". Sergio Pujol rescata en su biografía Discépolo (1996, Emecé) la nota de Dante A. Linyera en La Canción Moderna de noviembre del ''28: "Esta noche me emborracho es la tragedia del hombre que siente, Qué vachaché, la del hombre que piensa, y Chorra la del hombre que cree. El tango tiene ya su salvador y su filósofo. Welcome".
Escribió poco menos de cuarenta tangos -en algunos casos, en colaboración- y explicó: "Mis canciones nacen así: voy caminando por Corrientes y se me aparece un tango en el oído. Primero se me ocurre la letra, es decir, el asunto. El tema me empieza a dar vueltas en la cabeza durante varios días. Hasta que de pronto estoy sentado en la mesa de un café, leyendo en mi casa o caminando por la calle y empieza a zumbarme en el oído la música que corresponde a ese estado de espíritu, a esa situación de tango. Y aquí se me presenta la tragedia porque yo no sé música (...) Corro a buscar un amigo que me lo escriba. Muchas veces, no lo encuentro enseguida. Y aquí empieza la desesperación para que esas notas, esas notas que de repente se me han presentado no se me vayan".
Cambalache, escrito en 1934 para la película El alma del bandoneón -donde lo cantó Ernesto Famá- recuerda a Qué sapa, señor (Discépolo, 1931) y a Al mundo le falta un tornillo (Enrique Cadícamo, 1932), pero cobró un peso incomparable. Yira, yira proviene de su anterior En el cepo. El lenguaje estilizado de Sin palabras (del ''45, el mismo año de Canción desesperada) es por lo menos compatible con el auge internacional del bolero a través del cine mexicano, y con la todavía vigente censura radiofónica que había proscripto el uso del voseo. Si en 1943 la censura alcanzó a Uno (debía de objetársele inconveniencia moral), todavía operaba en 1949, cuando Discépolo y Mores volvieron a colaborar en Cafetín de Buenos Aires y el autor se permitió comparar el café con la madre, y además llamarla "vieja": "Puedo entender críticas a mis tangos. Lo que resulta imposible de aceptar es cierto tipo de protección y consejo, ponga tal palabra en lugar de la que usted ha usado -respondió en Noticias Gráficas-. Lo que muchos llaman lunfardo es brillo de la imagen popular, es una nueva forma de metáfora, es el lenguaje propio de la canción".
Gardel grabó ¿Qué vachaché?, Esta noche me emborracho, Yira, yira, Chorra, Victoria, Secreto, Confesión, Malevaje (música de Filiberto), Sueño de juventud. En 1930 debutaron juntos en el incipiente cine sonoro, en la serie de cortos musicales del cantor, presentando Yira, yira. En el cine, Discépolo seguiría como actor, autor y director, con una producción desparejamente valorada por la crítica. Su composición actoral para El hincha (que dirigió Manuel Romero) y su película Cuatro corazones, entre otras, permanecieron llamativamente vigentes.
La intérprete por excelencia de sus tangos fue Tania. Anita Luciano Divis y Enrique fueron presentados por José Razzano en 1928, en el cabaret Follies Bergeres, donde ella cantaba Esta noche me emborracho. El contraste entre la diva toledana ("Yo era una engrupida que adoraba las joyas y picaba alto") y el poeta tímido, feo e increíblemente delgado ("He llegado a estar tan flaco que si me tapaba un ojo quedaba disfrazado de aguja"), no podía ser más rotundo: a las pocas semanas compartían un departamento en el Centro. Pasaron juntos más de veinte años, con un único paréntesis de seis meses que el poeta pasó en México, en 1946, junto a Raquel Alicia Díaz, quien posiblemente haya tenido un hijo suyo. Pero fue mucho más lo que se habló y especuló acerca de presuntas infidelidades de ella y de la resignación de él ("Si vos me vieras desnudo, la comprenderías a Tania", se cita en Pujol). La pareja hizo viajes y presentaciones en Europa, Chile, México ("Tengo alma de valija. Donde veo una estampilla me la pego"). Filmaron y grabaron discos juntos (él dirigió orquesta).
Si no precipitó su final, como se tiene por probable, la vinculación con el peronismo signó sus últimos años. Al frente del Teatro Cervantes -un cargo que acepto ad honorem- se ganó no pocas antipatías. Pero fue sobre todo su actuación en radio, en el ciclo propagandístico Pienso y digo lo que pienso, instado por el poderoso funcionario Raúl Apold, lo que le valió profundas enemistades. El 2 de julio de 1951 comenzó la serie de charlas radiales en apoyo a Perón. Durante muchas noches se dirigió inflamadamente a Mordisquito, un opositor imaginario: "Vos siempre viviste sin la angustia del peso que falta y nunca llegaba hasta tu mundo el rumor doloroso de las muchedumbres explotadas. ¿Entendés, Mordisquito? ¡No! ¡A mí no me vas a contar que no entendés, que no entendiste ya, hace mucho tiempo! ¡No! ¡A mí no me la vas a contar!".
Si Mordisquito encarnó al opositor, la oposición vio encarnada en Discépolo la obsecuencia política, y lo castigó. Alguien compró todas las entradas de una cena en su homenaje, sólo para dejarla desierta. La temporada teatral de Blum pasó del éxito de taquilla a la declinación. Y hubo antiguos amigos que lo increparon directamente.
Discépolo acusó los golpes. El 23 de diciembre de ese año, murió en su departamente de la calle Callao. Como si cumpliera con una última exigencia de su propio mito, acurrucado en un sillón del living dejó lugar para la sentencia que no constó en el acta de defunción: "Discepolín se murió de tristeza".
Sus tangos no fueron productos de casualidad ni de la imaginación. Resulta muy módico creer que Discépolo fue un apologista de la derrota y el fracaso, una catarata de lágrimas y de desdichas. A su manera, fue el filósofo de la crisis del treinta. Más que ponerle letra a algunos tangos, le puso letra a una manera de ser y sentir auténticamente porteña.
Se dice que hay una Argentina anterior a 1945 y otro país posterior a esa fecha. Discépolo adheriría de manera absoluta a un sistema, que apuntaba a destruir la pirámide de privilegios que ahogaba al pueblo. Se nota en sus tangos de los últimos años una luz de esperanza, una reflexión interior distinta, un discurso menos catastrófico.
Desde la óptica más formal, el Discépolo que está en la estatua de la porteñidad es el otro, el que describió las miserias, las mentiras, la desesperanza y la soledad de los años críticos del 30. Y él, por las viscisitudes de su historia personal, se encontraba muy bien entrenado para la desgracia, como que a los 9 años era huérfano de padre y de madre y probablemente también de esperanzas.
Nada más que una revisión cosmética de sus tangos y de su obra permite advertir que Discépolo fue un Quijote de la calle Corrientes. El fracaso de los personajes de cada uno de sus tangos, era a la vez el fracaso de toda una comunidad, asaetada por preguntas sin respuestas, estrechada en un cielo de bayonetas y oscuridad intelectual. Y la inevitable fractura de las prototípicas parejas de sus tangos no es otra cosa que esa otra no menos trágica disolución de los vínculos solidarios que justifican y dan forma a una sociedad justa.
Su posteridad, que lo descubre día a día a través de ese hecatómbico Cambalache, coincide en que Discepolín se equivocó de siglo o por lo menos se equivocó de país. En pleno caos, cuando lo único sagaz era revolcarse "en el mismo lodo", Discépolo arremetió a pura punta de tango contra la desigualdad, el mercantilismo, la injusticia social, el hambre ingente, la miseria ambulante en sus distintas variantes, el desarraigo y la incomprensión porteña hacia un fenómeno inmigratorio -desde el país interior hacia la costa- que se cristalizaría luego, a partir del año 1945.
Indiscutido como poeta popular, no negado demasiado como poeta nacional, Discépolo aún debe soportar -de puro muerto- algunos ataques contra su obra y acción. Pero no se podrá esconder a ese Discépolo molesto, implacable, escrudiñador de las almas ajenas, iluminador de las propias conciencias.
A 100 años de su nacimiento, Enrique Santos Discépólo todavía muerde.